Vamos a realizar una gestión a una tienda inmensa del proveedor principal de telefonía en España, ya que nuestro contrato está – al parecer – obsoleto y deben cambiarme a otro.
Atiende un chaval que le hace tres monerías a Silvia.
Nos dice que nos va a cambiar a una modalidad “llena de coches y motos”. A mi no me gustan, a Eloy tampoco… de momento a Silvia ni le va ni le viene.
… Me oculta – y mira que le indiqué varias veces que quiero los mismos canales – que me quita TODOS LOS CANALES INFANTILES.
Pienso:
a. La opción llena de coches y motos vale lo mismo que yo pago ahora. La opción llena de canales infantiles son 8€ menos.
b. La empresa que da training a estos chicos debe cobrar una pasta pero el capítulo de empatía hacia el cliente se lo salta a la torera
c. Qué poco le hubiera costado haber preguntado si la niña ve series infantiles… ah, claro, con esto incumpliría el punto a, o quizás pensó que no se enteraría de mucho, o quizás…
No quiero ser malpensada. En serio. Creo que a otra madre acompañada de su hijo “típico” le hubiera hecho la misma jugada, pero me da rabia porque me genera pensamientos negativos en la sociedad, y no me apetece tenerlos.
Es más, no me los merezco, ni se los merece Silvia…